domingo, 8 de marzo de 2020

Tienda de coral


Image result for coral imagenes

https://www.coralesdepaz.org/wp-content/uploads/2019/06/Dona1.jpg

Eran pequeños cerebros coloreados: azul pálido, salmón, amarillo azafrán. Los corales estaban en un altillo de la tienda, se veían delicados y luminosos bajo las lámparas térmicas.
Había ido allí con su marido porque el niño necesitaba uno para su trabajo de ciencias y la mujer del mostrador les indicó la escalera con el dedo. De novios también habían frecuentado el altillo de un pub que ofrecía sillones de skay rajados y una penumbra aprovechable, pero el recuerdo de aquella intimidad no le despertó más que nostalgia. Cogió asiento en cuanto coronó la escalera y dejó que él se dirigiera al encargado. Durante cinco minutos, su cuerpo y su dolor sería solo para ella y nadie atendería a la expresión amarga de su cara. El dolor es inevitable, le decía su médica, pero el sufrimiento es opcional. Quisiera verla a ella metida dentro de ese esqueleto en ruinas, con las juntas rechinando a cada paso.

La tarde de noviembre no era otoñal y ella se había preguntado por qué la gente andaba por la calle abrigada a veinte grados. La costumbre, se decía, es más importante que lo que anuncie el parte del tiempo. La costumbre de vivir, concluiría peligrosamente, también podía estar fuera de lugar en su caso; su enfermedad no tenía cura ni causa ni nombre pero ella insistía en seguir viva. Nombre sí, al menos eso: fibromialgia.

Había dejado que él condujera hasta la tienda de acuarios mientras ella desde su asiento veía la noche derramada por la calle, abruptamente estrecha, que daba a la estación del Norte. Una secuencia de solares oscuros con fachadas del Eixample venidas a menos miraba a las vías. Ruzafa se desplomaba por ese costado como los castillos de arena lamidos por el borde; así imaginaba ella su cuerpo y, por extensión, su vida. Imparable lisura. Dolorosa erosión.

Su marido peroraba sobre el experimento del niño y el CO2, se extendía en rodeos, derrochaba energía (una energía que ella quisiera para sí), añadía detalles que al encargado le sobraban: la profesora de ciencias, el cambio climático, la erosión de los arrecifes. Ella también perdía el hilo y paseó la mirada por la mesa donde crepitaban varias piscinas rectangulares: rejillas metálicas sobre las que respiraban los corales variados, sometidos al cosquilleo suave del agua que removía un discreto vibrador. Una congoja absurda la invadió al descubrir su belleza. Criaturas silentes, de una simetría ondulante y diversa. También la belleza podía doler, ¿había algo que ya no le doliera?
Imaginó el celo del encargado con los corales. Contratado en exclusiva para atender la sección, seguramente conocía al milímetro el pH, la temperatura, el flujo concreto al que tenía que conservar sus tesoros. Un simulacro de arrecife caribeño, la misma triquiñuela que anunciaban los pósters de las agencias de viaje: una vida regalada bajo pago a plazos.

Su luna de miel en Yucatán le asaltó en el recuerdo. En la boiserie de su salón asomaba sonriente dentro del traje de novia, la expresión tersa y confiada, la cintura tan flaca que habría que haber calculado la presión exacta de un abrazo. Se le prometieron las condiciones óptimas, una vida de vitrina, el suave arrullo de un oleaje tímido al que llamaría amor.
Un pez plano y elegante sorteó la rejilla del coral y dio la vuelta entre los cerebros delicados, hermosos, listos para el consumo. Naranja con franjas blancas, un pez payaso como el que había visto con su hijo en aquella película de peces donde un padre se fatigaba buscando a su pequeño. El ansia de protegerlo. La derrota de protegerlo. La cadera le mandó un latigazo eléctrico que la obligó a descruzar las piernas y levantarse.

El encargado hablaba ahora sin freno y había hecho callar a su marido. Más de cien mil especies. Mil géneros. Veinte clases. Blandos y duros, pólipos largos o cortos, desde quince euros a quinientos. El niño necesitaba demostrar la erosión del esqueleto coralino, para ello la carcasa blanca debía quedar al descubierto. “¿Entonces lo que queréis es sacrificar un coral?” El acuarista no cambió el tono al decirlo, pero ella se sobrecogió sin entender por qué. Algo en su cara delataba una sorda decepción. Ella paseó su mirada desde la cara del hombre a la piscina multicolor y de vuelta a su figura delgada, enfundada en unos vaqueros y una camiseta con el logo de la tienda. No se trataba de un simple empleado. Rondaba los treinta y tenía el pelo ralo, algo se había apagado en su discurso al conocer la intención de sus clientes. Supo que sudaba lentamente y adivinó imperceptibles gotas detrás del cuello. “Quedarán menos del 50 % en 2030”. Una extraña liga de personas defendía cosas misteriosas y frágiles pero ella no formaba parte. Cosas indefensas y bellas, quizá dolientes, al borde de la extinción. Envidió sin remedio su militancia, su sentido de pertenencia. Su misión. 

Emplearían un esqueje de xenia pulsante. El acuarista la sirvió sin drama en una bolsa de agua con la que bajaron hasta la caja. “Morirá en unas 24 horas” repitió la empleada al cobrar, pero nadie se extrañaba del gesto absurdo de la bolsa con agua, ¿por qué una bolsa si moriría igualmente? Todos acudían a la costumbre y, una vez en casa, ni siquiera su marido pudo vaciar la bolsa en la pila.
A la mañana siguiente, la xenia seguía dentro de su pecera improvisada junto a las macetas mustias de la cocina. Una orquídea seca que languidecía sin flores le hacía de pantalla. Cuando los niños y su marido desaparecieron rumbo a la escuela, ella tomó la bolsa y la colocó bajo  el grifo. Retuvo el aire un instante antes de deshacer el nudo. El agua tibia resbaló entre sus dedos y supo que algo de sí misma se escurría por el sumidero. La xenia quedó al descubierto como una pequeña mano semicórnea con tres dedos extendidos hacia arriba, casi una súplica. La superficie húmeda brillaba bajo las luces LED pero pronto estaría seca.  

Eligió el balcón de poniente y se entretuvo todavía eligiendo el tuper donde meterla. Al menos así mantendría lejos el hocico de la perra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario