domingo, 11 de febrero de 2018

Stoner de John Williams


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Stoner es una novela sobre la soledad. No cualquier soledad, sino una soledad profunda, impenetrable, casi obstinada. Una soledad en el ruido, entre las voces que aletean ensordecedoras alrededor.

Terminé de leerlo un domingo lluvioso de enero y me pasé el resto del día trastabillando por la casa, intentando ocuparme en mil cosas y sin poder ocuparme en nada. Sufría la despedida de Stoner, su duelo, pero no me permitía la aflicción. En sus doscientas y pico páginas late una prosa contenida y sobria que no alienta las lágrimas. Ahora sé lo que me ocurría: estaba atacada de soledad.

La soledad de Stoner es la de un tipo de hombre que no volverá, un hombre que pertenece al pasado. Un profesor de literatura corriente en una universidad mediocre que no protagoniza ninguna hazaña especial. Un hombre al que los poetas de hace trescientos años son capaces de hablar y a quien los torpes jadeos a su alrededor no dicen nada.

Stoner es un profesor antiguo, de otra era, a caballo entre los gritos del siglo XX y el “Tiempo del ayer” que describía Stefan Zweig. El tiempo en el que los hombres aún eran de una pieza; hombres que entraban en las páginas de la literatura con terrones rojizos entre los dedos. En su trayectoria late una condena y por momentos se sienten ecos kafkianos, un alarido con sordina, el arrastre de sus pies por los escenarios de su vida tiene el peso del absurdo y él aguanta los reveses con una mueca cercana al desdén porque siempre estará el recurso al conocimiento, a su puesto de profesor. La universidad, como él mismo describe, es el mundo aparte que da cobijo a seres como él o como su hija, demasiado vulnerables para los zarpazos de la vida. Y su puesto de profesor será la única pasión que no verá vetada, la caja en la que meterse, un lugar seguro lejos de la guerra que se libra fuera.

Williams defendía que su personaje era un héroe por cuanto permanece fiel a sus principios. Yo no acabo de verlo. Me parece tocado de melancolía de principio a fin. Asistiremos a los amores de su vida y a las brechas que abren en él, pero nunca le veremos batirse por un centímetro más de felicidad. La vida que late en los textos que ama debería inyectársele en las venas, avivar esa forma anémica de moverse que tiene. El único episodio donde le vemos vibrar es cuando defiende a capa y espada la entrada de un farsante en la universidad, el riesgo de que su templo quede contaminado. La literatura es para él un sacerdocio.

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Pero Stoner ha heredado la resignación que sus padres cultivaban en el campo. Es un tipo lánguido que se mueve por el campus de la universidad de Columbia como una sombra y raramente se agarra  al amor, a la felicidad, a cualquier forma de palpitación que pueda alejarle de la vida ascética que ha elegido entre los libros. Ve la felicidad en los demás y se maravilla de la vida que late en los versos de un autor latino o medieval, pero no es capaz de retener una porción para sí. Y este punto es el que hace difícil el libro, un libro por otro lado fácil de leer, de una prosa sencilla y natural, brillante en su precisión con las emociones y los detalles que las revelan. 

Es una novela dolorosa pero es la novela que recomendaré a todos los que sepa heridos de literatura. Una novela donde el cómo prevalece sobre el qué se cuenta, cargada de momentos sencillos en apariencia, profundos como un pozo. De una voz narrativa templada y segura que invade el cuerpo como un constipado lento que acaba en gripe y luego deja un dolor de huesos durante varios días. 

Williams sabía que tenía entre manos un buen libro, una novela digna, de peso, que no comercial. Su primera edición cayó en el olvido tras una pequeña tirada de doscientos ejemplares y estuvo a punto de sucumbir a la maldición del protagonista, la maldición del silencio. 

Pero todo lo bueno perdura, especialmente los libros que están llenos de coraje y verdad. Los libros que hablan a través de los años, de los siglos. Textos que se dirigen, como éste, a todos aquellos a los que los poetas nos hablan a través del tiempo. Aquellos que nos creemos así salvados de la soledad y de la vida, o de la muerte, que es su reverso. 

Williams nos recuerda aquí que leer no nos librará de la devastación silenciosa que sigue en pie, la que nos hará morir un día como él, sin heroísmo, sin drama: tan solos como llegamos al mundo. 

Preguntaos qué libro será el que, llegado ese día, resbalará despacio de vuestras manos. Mientras tanto, leed, leed malditos. Y no dejéis de leer Stoner de John Williams.

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