jueves, 19 de abril de 2018

Ignacio Ferrando: porque la literatura siempre exigió La quietud.

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             “Espero que disfrutes con este viaje a la quietud”, me escribió Ferrando en la dedicatoria de su última novela, La quietud, cuando me hice con un ejemplar en la feria del año pasado. Ferrando me ha dado clase en la Escuela de Escritores y todas sus alumnas valencianas acudimos en racimo para arrancarle una dedicatoria, es uno de nuestros favoritos.
                
             No es un seductor, pero causa estragos. Nadie como él para ejemplificar el tesón y el talento. Cuando le veo nunca me viene a la cabeza un escritor (¿tienen algún rasgo distintivo un escritor?), sino un científico. Le imagino concentrado entre vasos y centrifugadoras, siguiendo con delectación el goteo lento de una pipeta. Es así como debe de alumbrar cada frase, aunque luego su voz se perciba fluida y sinuosa, casi escrita de tirón. 
             
               Su escritura ha crecido despacio y bien. Después de años de espera en editoriales pequeñas, por fin está en Tusquets, “una liga aparte”. Bromeaba con ello y casi pedía perdón. Su modestia no le permite otra cosa, pero sabe que se merece Tusquets. Ha sabido contener el ansia de publicar a cualquier precio y su escritura está por fin pulida, su virtuosismo bajo control, muy lejos de los primeros relatos que leí hace diez años.
               
               He acabado ahora La quietud y el mes de abril me trae una nueva luz en el parque de Viveros, un revuelo de hojas y polen que me descubre las casetas de la feria de nuevo en pie. Hector, su protagonista, ha tenido que esperar a que bajara mi montón de libros en la mesilla y ahora vive por fin en mi cabeza. La quietud merecía un tiempo lejos de la voracidad con la que ataco la literatura y el siglo. Es una lucha que está contenida en la novela, como muchas otras. Sus trescientas y pico páginas se abren por planos y dejan a la vista varias novelas, como los libros desplegables que le compraba a mis hijos: levantan una dimensión escondida con el crujido de las tapas.
             
               "Hay algo casi delictivo en el hecho de estar aquí, abrazados...". Así abre el protagonista una larga confesión que nos llevará de Madrid a Siberia y de la culpa a la redención, con un narrador en primera persona cuya soltura me recuerda por momentos a la de Richard Ford en sus Pecados sin cuento. La historia se anuncia como la historia de una paternidad por asalto, atropellada, compleja, pero también es la historia de un duelo y un cierre, la clausura de todas las preguntas y los sueños de la juventud. Es el asentamiento de un final y un ciclo nuevo, la aceptación de la muerte y de los límites que impone el tiempo. El padre ausente al que no quiere parecerse y el padre presente, la inminencia de su muerte y del relevo que asumirá Hector siendo padre. En este plano de la novela suena la necesidad de perdón como una música con sordina, la culpa de existir que tiene notas de Kafka. No es casualidad la alusión brillante a la película de Wells El proceso, cuando el protagonista es forzado a saltar a su propia tumba en un paisaje helado.
               
                Hay una lucha también por conocerse, aceptarse, una historia alrededor de la identidad en el profesor de arquitectura que es Hector y que no cumplirá ya los cuarenta. Un intelectual cuyo hastío es capaz de seducir a Ann, una alumna veinteañera que se toma su hartazgo por misterio. Hector empieza a estar fondón y sin lustre, sale de una relación agotada y larga y necesita seguirle el juego a la estudiante caprichosa y ávida de poder o conocimiento. Alargará el engaño con la joven todo lo que pueda, dejará que ella actúe como si la madurez pudiera sorberse igual que se apura un botellín de cerveza en una fiesta universitaria. Para no claudicar, Hector tendrá siempre el recurso a Montalbán, un tipo cuyo DNI ha encontrado por la calle y al que le inventa una vida para usarlo de interlocutor en los momentos de flaqueza, de interlocutor y de escape.
                
                El paisaje helado de Siberia completará el choque de historias y avideces, la de los siberianos que sobreviven a dentelladas, que buscan no ya la quietud, sino la dignidad más primaria, y la de los occidentales pagados de sí mismos que pasean su autocomplacencia delante de sus ojos. La aventura está servida, el conflicto empuja la lectura a toda vela y Ferrando demuestra su temple y su oficio al hilar las tramas y las subtramas con pulso de relojero.
                
                Para colmo de generosidad, Ferrando ha publicado un anexo al que llama Cuaderno de escritura donde desentraña la “receta de cocina” que le ha llevado a completar el libro. Destila su experiencia como profesor de escritura pero no pretende engañar a nadie: la “piel del discurso”, como él la llama, es el fruto de la intuición y la mirada del autor, inaprensible y huidiza de los manuales.                   
               
               Nunca seremos Ferrando, pero le debemos mucho. En este mundo de pisotones, poses y fuegos artificiales, alguien con el aspecto engañoso de científico despistado se afianza y gana lectores. La templanza y la fe (junto con el talento) llevan lejos y estaba a punto de olvidarlo.

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http://www.ignacioferrando.es/

https://escueladeescritores.com/archivos/ignacioferrando-cuaderno.pdf

https://alenacollar.wordpress.com/2017/07/11/ignacio-ferrando-la-quietud-el-territorio-extremo/


https://elasombrario.com/escueladeescritores/ignacio-ferrando-escritor-estar-dispuesto-darlo-cambio-casi-nada/


2 comentarios:

  1. Gracias por la lectura que has hecho de "la quietud".Escribir esta novela me llevó tres años y momentos personales muy complicados, pero todo merece la pena cuando leo tus palabras. Gracias por tu tiempo y por tenerme ahí. Y gracias por la risa que me echado al leer eso de "No es un seductor, pero causa estragos". Un fuerte abrazo y nos vemos en próximo. Espero.

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  2. Lo de seductor es una pequeña gamberrada, pero sabes que tus alumnas te veneran por lo entregado que eres en la docencia y en la escritura. Para las que no buscamos el éxito fácil ni la literatura de entretenimiento, eres un modelo que inspira. Seguiremos en la brecha. Nos vemos.

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