domingo, 31 de enero de 2016

Pina Bausch y el ascetismo en la danza





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Allí donde no llegan las palabras, decía Pina, allí se abre un espacio que sus bailarines descifran con el cuerpo. Un espacio que es como una negrura sibilante, el filo de un rascacielos o un acantilado sin fin, un lugar donde ya no es hablar sino ver cruzar una mujer con un árbol nacido de las últimas lumbares,



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 o una bailarina que espera el amor en la mediana de la autopista,


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o un idilio irreal con un hipopótamo.



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Tanzt, sonst sind wir verloren (bailad, o estaremos perdidos)Pina, la película en la que Wim Wenders atrapa la poesía de esta coreógrafa alemana, es un compendio de su delicada belleza, de sus piezas breves y palpitantes como un heiku. Wenders, que tiene el mismo instinto para la fotografía y para la mística, deja desfilar en sus 99 minutos de metraje relatos sobre el amor, la culpa, el perdón, la entrega ciega, la dependencia, el mercadeo humano, la ira, la atadura invisible y cruel del destino, de las relaciones viciadas, huecas, de la ternura y del abandono.



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Entre sus obsesiones también figuran los límites de la comunicación, hace moverse a los bailarines en la búsqueda de una conexión que nunca llega, como el calor de una llama que tiembla y se apaga, los hace chocar o acompañarse en un silencio estéril e inacabable.



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Rescata también la risa, el humor como salvación, para conjurar la soledad y el absurdo.


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La película desgrana todo el material coreográfico como un testamento último de la autora y llora su muerte reciente, en los albores del rodaje mismo, en 2009. Por eso las palabras de sus principales bailarines, escuchadas a boca cerrada, golpean con más verdad, con más contundencia. Uno a uno van formando el retrato de Pina desde la cercanía, dan cuenta de cuán Pina son cada uno de ellos, y cuánto de ellos habitaba en Pina. Sois como mis ángeles, solía decirles cuando el entusiasmo por un buen ensayo o una frase ejecutada con limpieza la sacaba de su silencio. En ocasiones, Wenders también nos la muestra a ella misma en pleno trabajo, enjuta y concentrada, siempre moviéndose con un cigarrillo en la mano, fumándose su avidez de belleza y de vida. La cámara atrapa con facilidad un brillo de búsqueda en sus ojos, una expresión enigmática, escueta.
Tanzt, sonst sind wir verloren, y la confesión es breve como lo era su cuerpo, sus ojos menguados, su expresión falsamente cohibida, siempre incompleta, menos acabada que sus propias piezas. Llama la atención el contraste entre esta mujer casi muda y reconcentrada, y la transgresión que volcaba en sus coreografías.  



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La mujer metrono.

Una de mis escenas favoritas la llenan dos amantes que se reclaman y duelen. Ella cae con la limpieza de una aguja y él la rescata a unos centímetros del suelo, en una frase repetitiva e idéntica como una oración.



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Es una danza que pendula alrededor de un eje invisible en el espacio, un cuerpo que se columpia con simetría perfecta hacia la derecha y la izquierda y la derecha, siempre con la fe en unos brazos que la esperan invariables, locos de entrega, y loco sigue avanzando el bucle de su colapso ordenado y lento. El cuerpo maquinal se desarticula y cede como una columna clásica y hay tanta belleza en ello que es inútil intentar sentir la desesperación del amante, porque los ojos desean ya una nueva caída, un nuevo arco perfecto en el aire, trazado a compás, con punto de fuga.


Vollmond




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Esta coreografía es como una ola rompiendo en el acantilado, enseña su impacto y su frescura. Pina era conocida por hacer bailar a sus bailarines hasta la extenuación, experimentaba con los límites del cuerpo enfrentados a la determinación de la danza. En Vollmond, sin embargo, no hay sufrimiento, sino un jolgorio de patio escolar. Les vemos bailar hasta las yemas, hasta las tripas, empleando los cinco sentidos. Sus dedos amasan la tierra voluptuosos, animados por la primera curiosidad que aún late en las uñas del niño, chop-chop la música de las palmas en el charco, cris-cris las hojas amarillas del otoño volando en desorden sobre la cabeza, chaaaas la estela del patinaje sobre un agua nueva y fresca.



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Y la risa brota inocente, igual a aquella que se nos escapó en los parques, detrás de una exploración primera por la textura del otoño, por el alivio de la lluvia y la libertad del barro en los caminos. Impulsos que parecían lejanos, inasequibles ya, para el cuerpo disciplinado y sólido del bailarín, la inercia ordenada que se trasladó a vivir sobre los miembros rebeldes del niño. Pina consigue que los bailarines burbujeen bajo un chorro de agua y la primera energía no haya perdido la memoria, se desata otra vez, no corre sino corretea, no salta sino chapotea, y una alegría elemental, última, contagia la mirada y abre una sonrisa involuntaria, de lluvia grata chorreando despacio por la cara.

Café Müller


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En su pieza más conocida (que Almodóvar utilizó como arranque en su película Hable con ella), Pina desfila entre sillas como una figura flamígera de mirada oculta. Camina con una ceguera impostada y sus ojos se han trasladado a los brazos levantados, el cuerpo casi levita. Su rostro es un grito de Munch a ojos cerrados. Hay un aire que circula entre sus costillas, por su cintura, por debajo de los pliegues de la tela exigua, un camisón tan tenue que no puede desmentir el agujero negro en el vientre, un cuerpo horadado e ingrávido que sabe gritar en un silencio de brazos extendidos.



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Sin tregua, los acordes barrocos de Purcell empujan un aire grave que lo traspasa todo, más grave que los cuerpos de los bailarines, sin apego ya por el suelo que rozan en el café Müller, bailarines que orbitan alrededor de esa figura doliente que es Pina, la llama fría que avanza a ciegas entre las sillas y que ve más allá que los demás, con esas pupilas vivas detrás de los párpados cerrados.

Acaba la película, bailad, o estaremos perdidos. Y la mujer lánguida y estilizada como una lámina japonesa ha dicho todo lo que debía decir, Pina da un paso atrás y se sabe salvada, ha descubierto la fórmula contra la desolación y la compartirá contigo si trabajas a su lado y si no haces preguntas. Básicamente hay que cerrar los ojos y escuchar al cuerpo, que quiere avanzar un pie hacia delante para soltar el otro, flexionar la rodilla, esperar, escuchar un poco más, mover quizá una mano ahora, hacia fuera, como un péndulo, respirar, un, dos, tres y… Sigue buscando, decía siempre. Eterna.  



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Enlaces de interés:


http://www.pina-bausch.de/en/schedule/index.php

http://www.pina-film.de/en/

https://www.filmaffinity.com/es/film780724.html