viernes, 3 de abril de 2020

Covid 19. BITÁCORA DE UN MUNDO REINVENTADO. Capítulo 8




Domingo 29

La perra.

La perra es una esponja. Concentra en estos días todos los magreos de la familia, todos los que se detienen en el cuerpo como un atasco de operación salida. El cariño ha mutado en una sustancia que ella absorbe con cada achuchón y después sacude igual que si estuviera empapada de lluvia.
A menudo la encuentro en el sofá entregada a un sueño plácido, a veces con las pezuñas vibrantes y un parpadeo en el hocico. Me quedo mirándola, estoy tan llena a su lado. Vuelco mi zozobra en un abrazo y ella la exprime hacia fuera, me vacío y se vacía.
Hasta un nuevo encuentro donde se cruce mi amor con el de toda la familia. Noa lo lleva puesto y lo pasea lánguida por el pasillo como el mercader de un zoco, obsequiosa, ignorante de que vende el sustento del día.

Mi madre.

Mi madre está entre el drama y el cachondeo. Se maquilló ayer para bajar la basura. Suma una semana extra al castigo nacional y no sabía que mi padre duerme tantas horas, desde que no va a la facultad lo observa de cerca como a sus fósiles. En el whatsapp sale tan pegada al móvil que descubro gestos que no conocía, nuevas honduras en su cara. Los ojos le chispean cuando salgo en su recuadro, le parece que estoy monísima y yo hago que me lo creo. Mis canas aún salen borrosas en la pantalla. Tiene una pregunta técnica para mí: quiere saber si oírle a mi padre veintisiete veces la jota aragonesa es violencia de género.

Beauty hour

Le enseño a mi hija a tapar el bote de acetona como mi madre hizo conmigo. Está enfurruñada porque no he aceptado el color que ella quería. Es un color seguro, más de una compañera lleva estos días las uñas a brochazos, me he fijado. Le prometo una caja entera de Opi cuando todo esto acabe e insiste en que le da igual.
De pronto me hace callar. Hemos metido los dedos en un cuenco con agua templada y la pastilla de limpieza hace Chissssss.
Es maravilloso el Chissssss.
¿En qué momento dejé de escuchar el Chissss de las pastillas efervescentes?

Lunes 30

Me resisto al audio de mi jefa hasta media tarde, cuando apago la manta eléctrica y me quito los hilos del sueño. Pronto me hibridaré con Marguerite Duras (El dolor, Alianza) y me visitará en sueños, es mi temor y mi deseo. Quiero que despeje para mí la ecuación de mí misma. La leo para que me lleve a su cataclismo de guerra mundial y me saque a la luz, he comprado una ficha de feria que da derecho al trenecito renqueante, a los gritos de altavoz y al fogonazo de los focos cuando se acaba el túnel. Quiero que mis monstruos parezcan de cartón piedra.

Marguerite cuenta en sus entradas de diario la espera de su marido deportado a un campo alemán, en un París que bulle al borde del armisticio. Serpentea por los quais sin caer porque ya ha caído, no le hace falta estar de pie para seguir de pie, andar o detenerse frente a un teléfono callado es secundario. Se da esquinazo a sí misma y a su colapso para que no cese el movimiento. Todo está supeditado al movimiento. La quietud que ella teme es la que no admite los listados, las preguntas, los uniformes, las filas de deportados. París está sembrado de miguitas de pan, como las de Hansel y Gretel.

Me resisto al audio de mi jefa pero al final junto el valor que le sobra a mi Marguerite para asomarse a sus listas, sus silencios, sus teléfonos que no suenan. Mi audio confirma que no habrá sala de psiquiatría; se ceden nuestras camas a los internistas. Y yo de guardia el fin de semana.
Cuando mi marido me pregunta si el fin de semana abarca viernes, sábado y domingo se lleva una bronca. Así es desde hace quince años. Lo sabe. Así nunca ha sido en quince años. Nadie ha conocido nada que se parezca a esto desde que me puse la bata de prácticas siendo casi una niña.

Brujuleo en el whatsapp en busca de alguien que me hable del plan B. Un compañero me pregunta con ironía si acaso había un plan A. Y me manda un vídeo de la factoría Seat fabricando válvulas de respiradores.  


Miércoles 1

En el paseo marítimo de Palma hay delfines. En los canales de Venecia, si no es un bulo, también.

La puerta de urgencias ya no está alfombrada de colillas: ahora son guantes azules o blancos, gomas infectas que esquivamos con los pies como si fueran condones gigantes. Manos lacias que ya no piden nada.

El alcalde de Totana declara que el ratoncito Pérez puede cruzar fronteras y cubrir itinerarios urbanos. Un eurodiputado lo ha confirmado también por la radio. No es un bulo.

Me desvelo antes de las siete y dejo la pistola negra que pesaba en mi muñeca. Me embarga una mezcla de alivio y enfado que aún se me enreda en las pestañas. Estaba atracando un banco. 

Mi enfermero y mi auxiliar, incapaces de matar una mosca, me han seguido. Soy la jefa de la banda. Cuando un par de polis nos hacen bajar el cañón y entregar el arma, disparo una arenga sobre lo hartos que estábamos de pedir recursos para nuestros enfermos y hablo convencida de que me creerán. 

Después hago una pausa. En sus ojos no hay sorpresa sino lástima: también nosotros nos hemos vuelto locos.  



2 comentarios:

  1. Gracias por reconstruir y dar voz a través de la palabra escrita, a tus experiencias diarias. Cuaderno del dolor, si. También de vida.
    R. sigue contando historias, las espero. Gracias.
    Besos
    Mª José

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  2. Fenomenal, gracias a ti porque sé que tienes una mirada como la mía y un cariño delicado por nuestros enfermos. Besos

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