sábado, 19 de octubre de 2019

Corazón de perro


Sólo pide un sitio donde ver gente joven, le digo a sus hermanos. Me siguen el hilo, pero lo toman como un capricho. Uno más en una vida sin otra cosa distinta al capricho. El capricho de enloquecer, que todo lo abarca. De que el gen de la locura no le tocara a ellos.

Jose Luís, 50 años. Media vida en manicomios. Mirada de gelatina, manos amarillentas. Ojos redondos y castaños que hubieran pertenecido a un buen conserje o taxista si no fuera por. 

Motivo de consulta: Mortadelo (o Filemón) se ha intentado estrangular con el cable del radiador en la sala de gimnasia. Las monitoras no sabían que él se quedaba solo allí. Habían apagado la luz y avanzaban aéreas y felices por el pasillo hacia un fin de semana plagado de series y citas y parques de bolas. Él sólo quería perder de vista la residencia, pero volvieron a ubicarle en la sala de grandes asistidos. Había varios nonagenarios sujetos a los sillones cuando fui a conocerle, cuerpos distónicos, torsos mustios, volcados, miradas de yeso que no atendían el televisor ni a él con su melancolía puesta. 

¿Será el vandral o la promesa de un piso donde olvidar la sopa de tapioca? Con los meses veo brotar una sonrisa y varios centímetros más de gaznate cuando me habla. Mis propuestas son complejas, fundamentadas, he hecho llamadas estratégicas, informes sociales. 

Su barbilla sube hasta una altura media en las visitas y pero luego empieza a ceder otra vez porque no pasa nada. Mohín de niño frustrado y yo que no, ya verás como no, tú ten paciencia. Lo cierto es que los 2200 euros que cuesta el piso son un atraco y la paga de orfandad no llega, la de hijo-a-cargo ha cesado con la muerte de su madre, ¿por qué se extingue uno antes como hijo que como huérfano?

“La llevamos al hospital a tu mamá, está malita”. La cháchara almohadillada de las auxiliares, la violencia de la no violencia. Nadie le dijo que había entrado ya muerta en esa ambulancia que rompía el tedio del patio deshidratado. Los movimientos del camillero eran decididos, enérgicos, su brazalete reflectante hacía que todos lo siguieran con los ojos. 
No habría entierro para él porque Jose Luís era ya cadáver hace años, todo el mundo sabe estas cosas.

Pero él no deja de dibujar. Con techo de cristal, pero sin dejar de intentarlo. Primer premio de este año, de cada año, en el Salón de los Independientes de Vistalmar Residencias 3ª Edad.   

Me trae un carboncillo con la cabeza de un perro. Es un signo de mejoría, según reza el informe de la médica. Aún no lo sé, pero es la última consulta. El dibujo lo pego con celo en la pared mientras le agradezco el obsequio pero resbala hasta el suelo con el siguiente paciente. 

Ahora los ojos del perro me miran desde la estantería, todas las mañanas. Se clavan en mí de nueve a tres, de lunes a viernes. Me dicen (me ladran) que no lo consienta ni un día más, ni uno más. 

Emparedados del mundo, me hablan (me ladran) desde la estantería.
Jose Luís tiene corazón de perro. Y el perro aún me censura con la cadena puesta.

Me llegué a creer que juntaríamos esos 2200, ¿lo esperaba él o se hacía el loco?

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