Miércoles 25
¿Por qué vamos a trabajar? No es por la
gloria, ni por los aplausos. Nadie se engaña demasiado en este punto, en un par
de meses volveremos a ser unos pringados trabajando en precario; ¿de dónde van
a salir los fondos para ampliar el servicio? Me vienen a la cabeza los
funerales militares y me cabreo, ¿a quién le importa una mierda la foto de las
autoridades en su entierro? Yo quiero hacerme viejecita y conocer a mis nietos,
como todo el mundo.
Si no es la gloria, entonces es la
negación. Vamos cada día al trabajo porque a nosotros no nos va a pasar nada.
Se añade la necesidad de cumplir viejas rutinas, viejos itinerarios. Es nuestra
manera de empujar esta maldición que parece soñada, habitamos un doble fondo en
el que lo real y lo irreal se tocan y nuestro empeño en ser los mismos hará saltar
por los aires la pesadilla. Si hacemos algo distinto entonces dejamos que la
pandemia se meta en la raíz de nuestras vidas.
Además, no nos ha dado tiempo a
encontrar otra forma de ser útiles. Defendemos con uñas y dientes la noción de meta, de valía personal. Perderla durante mucho tiempo puede mutar en la antesala del suicidio.
Jueves 26
La chica de la bici me ha dado esquinazo
como era de esperar. Me acerco a su casa de la playa a la hora convenida y no
está. Ya tiene su paga y su tabaco, no le hace falta una psiquiatra metiendo
las narices en su vida. Es lista, intuye con buen criterio que me ha enviado su
familia.
Curioseo por el bloque unos minutos más y
pego alguna voz para que me abra, el timbre está inutilizado, le habrán cortado
la luz ni se sabe cuándo.
Al volver descubro a tres vecinos
escrutándome desde el césped. He aparcado mi huevo de la Conselleria delante y soy un espécimen morboso, una novedad. Una
señora rubia con dos dedos de raya asegura que ella no ha salido más que a por
el pan. No le he preguntado. La felicito y asiente reconfortada, mantiene tres
metros de distancia con sus vecinos, todos tiesos y expectantes como si posaran
para la portada de una banda. Improvisamos una charla insustancial sobre lo que
hacen y no hacen. Me siento examinada con ojos solícitos y recelosos, como si
fuera la granjera de un rebaño humano. Me indican dónde puedo encontrar a la
chica de la bici y sé que nada más darles la espalda ya estarán especulando
sobre ella y odiándome a mí por no encerrarla. No he dicho que soy psiquiatra,
pero ella es la loca del barrio.
Conduzco con poca fe hasta la puerta del
Consum pero tampoco la encuentro, siento una mezcla de alivio y congoja que me
hace conducir sin rumbo por los bloques mientras una lluvia imprevista se
espesa sobre el pueblo. Cuando me he perdido definitivamente apago el motor
para buscar en el Google Maps pero no
lo hago. El ruido de la lluvia sobre la chapa del coche es un arrullo cercano a
la música y me calma. Delante de mí se oscurece poco a poco el esqueleto de un
edificio que se infartó en la crisis del ladrillo y que se levanta desde entonces
como baluarte del fracaso. Veo belleza en los esqueletos. Me remiten al eje, a
la esencia. A lo que permite esta ilusión de vida y de movimiento que nos
embarga hasta la tumba. Su misterio nunca termina. Pronto descubro que me
costará mucho darle a la llave otra vez. El gozo de saberse perdida, en un
lugar y un momento en el que nadie te reclama para nada, es un regalo
inesperado. La lluvia se aclara poco a poco y yo viajo a las semanas de pascua
de mi infancia, en una urbanización playera parecida a esta, matando las horas
en el club social con olor al huevo cocido de las monas.
Cuando llego a casa, la lluvia se
alterna con los claros de sol en una mezcla hermosa. Rafa dormita frente al
balcón y los geranios reflejan el sol que los destaca como un foco, el conjunto es un
fondo idóneo para el recitativo de Bach que suena en su móvil. Ha descubierto La Pasión Según San Mateo en Spotify y se ha quedado dormido. Me pregunta cómo ha
ido con los ojos entornados y un interés perezoso. El recitativo avanza, Pedro
niega a Jesús tres veces antes de que cante el gallo. Repaso de nuevo la luz y
la lluvia sobre los geranios y me digo si nosotros hemos negado también a la
Madre Naturaleza tres veces, ¿quién pagará nuestro pecado?
Pedro llora
amargamente. Yo me voy a la cocina y engullo un plato de sobras pasado de
calorías: pizza, ravioli de setas y dos salchichas. Todo tibio y mezclado con desorden en
el mismo plato.
Viernes 27
¿Qué se hace con el valor? ¿Qué se hace
con el miedo? Me parece que el miedo se ha diluido después de pasar días
saludándolo cada mañana. Debe de ser como matar al primer hombre en la guerra,
después no queda sentido para las preguntas.
Se necesita gente para la planta de
Interna. Por la noche hablo con mi compañera por teléfono y me lo explica todo con una naturalidad que me
aterra. Se trata de ir detrás de ella por la planta tomando las constantes en
una libreta para luego volcarlas en el ordenador, ella no puede escribir
mientras examina. “Tú te quedas en la puerta”, ha dicho, y no me ha ilusionado
nada que yo le parezca idónea por manejar bien el Integrator. En el fondo la contacté para que me confirmara que un
psiquiatra no sirve de nada. Una voz infantil la reclamaba detrás del teléfono,
más infantil que mi hija.
Empezaremos el martes. No le he
preguntado si tenemos ya EPIs, la respuesta me hubiera hecho daño.
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