
Domingo 29
La perra.
La perra es una esponja. Concentra en estos días todos los
magreos de la familia, todos los que se detienen en el cuerpo como un atasco de
operación salida. El cariño ha mutado en una sustancia que ella absorbe con
cada achuchón y después sacude igual que si estuviera empapada de lluvia.
A menudo la encuentro en el sofá entregada a un sueño
plácido, a veces con las pezuñas vibrantes y un parpadeo en el hocico. Me quedo
mirándola, estoy tan llena a su lado. Vuelco mi zozobra en un abrazo y ella la
exprime hacia fuera, me vacío y se vacía.
Hasta un nuevo encuentro donde se cruce mi amor con el de
toda la familia. Noa lo lleva puesto y lo pasea lánguida por el pasillo como el
mercader de un zoco, obsequiosa, ignorante de que vende el sustento del día.
Mi madre.
Mi madre está entre el drama y el cachondeo. Se maquilló
ayer para bajar la basura. Suma una semana extra al castigo nacional y no sabía
que mi padre duerme tantas horas, desde que no va a la facultad lo observa de
cerca como a sus fósiles. En el whatsapp sale
tan pegada al móvil que descubro gestos que no conocía, nuevas honduras en su
cara. Los ojos le chispean cuando salgo en su recuadro, le parece que estoy
monísima y yo hago que me lo creo. Mis canas aún salen borrosas en la pantalla.
Tiene una pregunta técnica para mí: quiere saber si oírle a mi padre veintisiete
veces la jota aragonesa es violencia de género.
Beauty hour
Le enseño a mi hija a tapar el bote de acetona como mi madre
hizo conmigo. Está enfurruñada porque no he aceptado el color que ella quería. Es
un color seguro, más de una compañera lleva estos días las uñas a brochazos, me
he fijado. Le prometo una caja entera de Opi cuando todo esto acabe e insiste en
que le da igual.
De pronto me hace callar. Hemos metido los dedos en un
cuenco con agua templada y la pastilla de limpieza hace Chissssss.
Es maravilloso el Chissssss.
¿En qué momento dejé de escuchar el Chissss de las pastillas
efervescentes?
Lunes 30
Me resisto al audio de mi jefa hasta media tarde, cuando
apago la manta eléctrica y me quito los hilos del sueño. Pronto me hibridaré
con Marguerite Duras (El dolor, Alianza) y
me visitará en sueños, es mi temor y mi deseo. Quiero que despeje para mí la
ecuación de mí misma. La leo para que me lleve a su cataclismo de guerra
mundial y me saque a la luz, he comprado una ficha de feria que da derecho al
trenecito renqueante, a los gritos de altavoz y al fogonazo de los focos cuando
se acaba el túnel. Quiero que mis monstruos parezcan de cartón piedra.
Marguerite cuenta en sus entradas de diario la espera de su
marido deportado a un campo alemán, en un París que bulle al borde del
armisticio. Serpentea por los quais sin
caer porque ya ha caído, no le hace falta estar de pie para seguir de pie,
andar o detenerse frente a un teléfono callado es secundario. Se da esquinazo a
sí misma y a su colapso para que no cese el movimiento. Todo está supeditado al
movimiento. La quietud que ella teme es la que no admite los listados, las
preguntas, los uniformes, las filas de deportados. París está sembrado de
miguitas de pan, como las de Hansel y Gretel.
Me resisto al audio de mi jefa pero al final junto el valor
que le sobra a mi Marguerite para asomarse a sus listas, sus silencios, sus
teléfonos que no suenan. Mi audio confirma que no habrá sala de psiquiatría; se
ceden nuestras camas a los internistas. Y yo de guardia el fin de semana.
Cuando mi marido me pregunta si el fin de semana abarca
viernes, sábado y domingo se lleva una bronca. Así es desde hace quince años. Lo
sabe. Así nunca ha sido en quince años. Nadie ha conocido nada que se parezca a
esto desde que me puse la bata de prácticas siendo casi una niña.
Brujuleo en el whatsapp
en busca de alguien que me hable del plan B. Un compañero me pregunta con
ironía si acaso había un plan A. Y me manda un vídeo de la factoría Seat
fabricando válvulas de respiradores.
Miércoles 1
En el paseo marítimo de Palma hay delfines. En los canales
de Venecia, si no es un bulo, también.
La puerta de urgencias ya no está alfombrada de colillas:
ahora son guantes azules o blancos, gomas infectas que esquivamos con los pies
como si fueran condones gigantes. Manos lacias que ya no piden nada.
El alcalde de Totana declara que el ratoncito Pérez puede
cruzar fronteras y cubrir itinerarios urbanos. Un eurodiputado lo ha confirmado
también por la radio. No es un bulo.
Gracias por reconstruir y dar voz a través de la palabra escrita, a tus experiencias diarias. Cuaderno del dolor, si. También de vida.
ResponderEliminarR. sigue contando historias, las espero. Gracias.
Besos
Mª José
Fenomenal, gracias a ti porque sé que tienes una mirada como la mía y un cariño delicado por nuestros enfermos. Besos
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